viernes, 29 de octubre de 2010

FACEBOOK

Facebook saca lo mejor de nosotros. Sin concesiones. En un muro puede verse con claridad. Es aquí donde se revela el éxito personal o profesional de cualquier integrante de la red. Lo que se dice y lo que se quiere decir. Por ejemplo, si en un muro escribo "¡a 6 días de grabar mi primer disco!" o bien, "¡por fin soy juez!", en el primer caso estoy anunciando al mundo implícitamente que en breve puede que me veáis en el Fnac firmando discos. Soy un tipo que logra lo que se propone, cumplo mis objetivos. Me pregunto si en lugar de escribir aquello, uno dejara anotado: soy la polla; los demás ven la vida pasar como muertos vivientes. Comedme el rabo; en tal caso, es harto probable que algunos se dieran por aludidos (en especial los que ven la vida pasar en ese estado, pero de mi anterior trabajo ya hablaré en otro momento, otro día).

En el segundo ejemplo, hacerse juez y publicarlo, es una advertencia tácita, un aviso para navegantes: redactas “por fin soy juez”, pero desde un oscuro y justiciero rincón de la mente estás previniendo a todos aquellos ex-alumnos de octavo que predicaron hasta en los confines de la tierra que eras marica, que no les pillen con cinco gramos de hachís porque han de saber que en lo sucesivo películas como "El Expreso de Medianoche" inspirarán tu vida profesional.

Facebook saca lo mejor de cada uno, recalca el éxito, glorifica los logros, pero publica subtextos cien veces más interesantes que los mismos textos. Y a mí eso es lo que me gusta de los muros. No es lo que dicen, sino lo que quieren decir.

Por otro lado puede que no seamos lo suficientemente valientes. O simplemente que la red social no está para eso, quién sabe. Quiero decir: celebración, sí. Compartámosla. Pero no la desgracia, olvidémosla (sobre todo si hay que publicarla gratis). Deja a un lado el fracaso; eso ya lo comentarás en tu blog si lo tienes o lo compartirás con tus amigos más íntimos. Permitidme el paréntesis (hay algunos amigos que no son íntimos e íntimos que no son amigos, un fenómeno éste último sobre el que se podrían escribir libros, pero de ello hablaremos más adelante, otro día). Y algo más: gracias por permitirme los paréntesis. Posiblemente haya sido la primera vez en mi vida que he pedido permiso por ello. Y emociona un poco cuando ocurre. No sé, no es fácil escribir con los ojos empañados, creedme… De las personas que empiezan hablando con un “permitidme” también hablaremos. La de veces que he querido saltar en ese instante y gritar con todas mis fuerzas: “si nadie te ha dado permiso al pedirlo, ¿por qué sigues hablando? No. No te lo permitimos. Y no nos gustas. A tu mujer tampoco le gustas. Y que sepas que habla en sueños. Lo ha publicado en su muro el recepcionista negro cual azabache  de mi gym”. De mi anterior trabajo hablaré otro día.

A lo que iba. ¿Por qué no hacer del fracaso un motivo para publicar? ¿A qué le tememos? ¿A la imagen que tienen los demás de uno mismo? ¿Es una cuestión de ego? Seguramente el hacer público el fracaso provocaría el doble de placer que dar una buena noticia. Éstas aburren mucho. Y placer no sólo al que lo lee sino al que lo publica. Según mi padre, a la gente “les jode que les digas que te va bien”; el caso es que apreciando algunos rasgos del sutil lenguaje corporal, he podido comprobar que tiene razón. Mi madre nunca se la dió, pero del divorcio de mis padres ya he dicho que hablaré más adelante.

Por ejemplo, si alguien escribiera en su muro: “a 4 días para hacer un mes con una profunda halitosis; es crónica pero no pienso ir al médico”, es probable que provoque rechazo y más improbable aún es que el sujeto con fetidez en su aliento decida publicar algo así. Pero el facebook es para los amigos y los amigos están ahí para las duras y sobre todo para las maduras. (Este era el argumento de un amigo que decía que se quería tirar a mi madre por ser "una madura" que según él, estaba buena. El muy marrano. Jamás he pensado yo así con la madre de un amigo, por favor. Me sobreviene indignación, repulsa, pero por alguna extraña razón mis labios se curvan por sí solos recordando a alguna mamá que venía a recoger a algún amigo al patio del cole loado sea dios cristo del amor hermoso… Lo de las madres y la niñez lo dejo para otro día. Sí, he dicho niñez.

Y es que nadie osará a publicar en su muro: “gracias mamá por el baño de espuma que me diste anoche como regalo de cumpleaños”. No suele ser algo de lo que te jactes. Y admitiendo que ella cogiera las llaves de tu casa con la complicidad de tu pareja, uno siempre puede hacerla entrar en razón sobre otros regalos que te harían igual de feliz o más.
Una vez me salió el tiro por la culata. Quería poner en práctica mi teoría de los opuestos. Demostrar que para ser completos, hemos de recoger los triunfos y las desgracias de igual manera. Simplemente escribí una sentencia que me llevó horas condensar, no exagero. Buscaba algo que me definiera, pero sin resultar pretencioso. Una síntesis de mi pasado y presente así como un lazo extendido hacia el futuro. Finalmente, escribí: Jonás es un hijo de la gran puta. Al cabo de dos minutos recibí numerosas respuestas de antiguos compañeros de colegio a los que no había visto en 25 años. Me preguntaban si estaba bien, si necesitaba hablar, si había hecho algo de lo que me hubiera arrepentido. Nadie hizo constar un “A Juanma le gusta eso”. Ni siquiera un yo también de algún alma identificada con la mía. 
Desde entonces decidí guardarme para mí las autodefiniciones. Por lo que veo, siempre es mejor redactar textos del tipo: “madre mía, qué constipado tengo; mis compañeros de la empresa multinacional líder en el mercado donde trabajo, me echan profundamente de menos, pero como me acabo de casar con un Premio Nobel de Medicina me tengo que quedar en casa hasta que me ponga buena. ¡Argggg Grrrr Scrunch!”… ¿Qué nos quiere decir realmente?... De las personas que usan onomatopeyas, hablaremos en otro momento, otro día.
Si tengo que fracasar, elegiré un muro. Tomaré la idea del comunismo en los años ochenta. La gente es mucho más atractiva cuando fracasa. Te cuentan algo, te dan la noticia y a continuación te sostienen la mirada. Y ahí estáis los dos. El que acaba de fracasar y tú, que desconoces que un inminente fracaso te espera a la vuelta de la esquina. No me digáis que la mayor parte de las veces, eso no acaba en una conjunta y sonora carcajada.




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