martes, 18 de enero de 2011

CRÓNICAS KAFKIANAS. Capítulo I.

Cuando Sergio Méndez se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en Kevin Costner. Estaba tumbado sobre su espalda y al levantar un poco la cabeza, veía un vientre y piernas de actor hollywodiense. 
¿Qué me ha ocurrido?, pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación de actor, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas.
Por un momento, creyó desmayarse.   
Fueron instantes de confusión. Un sudor frío cubría su cuerpo y la presión que atenazaba su garganta se estaba haciendo cada vez más intensa. “Tengo que levantarme”. Se incorporó lentamente. Ya en el borde de la cama, tembloroso, contemplaba sus manos. Nunca hubiera pensado que reconocería sus propias manos. Y aquellas no lo eran. Estas tenían dedos largos, con una robustez propia de los hombres que han trabajado la tierra. Apenas mostraban vello y las uñas estaban extremadamente cuidadas. Se dirigió al espejo. Pisó un muñeco de Superman y sintió como la punta de la roja bota se clavaba en su pie. Una mueca de dolor se dibujó en el rostro mientras se colocaba ante el espejo. Los ojos se le abrieron de par en par. Su color era indefinido: verdes o azules claros o marrones miel. Una combinación quizá, no lo hubiera podido describir. El ajado rostro le resultaba ajeno y sin embargo, cada uno de sus rasgos estaba bien sellado; como si hubieran estado allí toda la vida, como si efectivamente le pertenecieran. ¿Quién duda de la propiedad de sus facciones? La sensación era asfixiante. Comenzó a hablar para sí mismo con voz queda mientras no quitaba la vista de cada uno de los detalles faciales. La cara era la de Kevin Costner, sí, de eso no había duda. Estaba fijada entre su incipiente melena y el cuello tostado. El resto del cuerpo mostraba señales inequívocas: los pies grandes, la cintura fina y aquel uniforme de oficial de caballería del ejército de los Estados Unidos.

-          Esto es un sueño… Esto no me está sucediendo… ¿¡Y por qué no te despiertas!? ¡Esto es real! ¡No puede ser!… ¡Qué pasa por dios!… ¡¡¡Qué pasa!!!

Fue entonces cuando oyó a su madre desde el pasillo.

-          ¡Sergio, sal! Desayuna y te vuelves a tu leonera si quieres, anda. ¡Es una orden!

Aquel muchacho con el cuerpo de Kevin Costner se quedó petrificado. De haberle visto su progenitora con el uniforme, hubiera juzgado inoportuno ese último comentario. La tez morena de Sergio, curtida por el sol implacable de dios sabe dónde, adquirió una tonalidad más clara.

-          ¿Sergio? …

Esta vez, la madre aporreó la puerta.

Sergio estaba convencido de que sus nuevos ojos de colores combinados se saldrían de las órbitas sin previo aviso. Trataba de asimilarlo. Como le solía ocurrir en todo tipo de situaciones, un resquicio de su mente le susurró que no estaba nada mal con esa musculatura tensa y ese barniz sobre la piel causado por el sudor.

-          Ehhh… Ya voy, mamá. Esperua un momentou.

Se hizo un silencio. Sergio hablaba español con un claro acento de California.

-          ¿Estás bien hijo? ¿Te pasa algo?...

-          Eh, nada, nada, mamá… Estoy ensayandou. Mañana tengou una exsena en la escuoela. Grasias.   

Instintivamente se llevó la mano a la boca. Aquello no tenía fin. “Qué demonios estaba ocurriendo” era sin duda la frase estrella en el interior de su cabeza. Se armó de valor. Respiró con la vista fija en el espejo y dió por concluido aquel retiro delirante. Tenía que salir. Abrió la puerta y se quedó allí, mirando la espalda de su madre, que recogía ahora una pelusa del suelo. Todo sucedió a cámara lenta. Al menos eso le pareció al hombre transformado. La madre de Kevin Costner, nada más posar sus ojos sobre él, extendió los brazos horrorizada y comenzó a gritar al tiempo que retrocedía. Una de sus zapatillas se quedó clavada en el suelo. Sergio avanzaba y con incontrolables gestos, trataba de hacerse entender. Con las palmas de las manos sobre las sienes, explicaba a su madre que estaba buscando algo.
-          Tatanka… Tatanka 
Aquellas palabras sioux salían de su boca sin que Sergio pudiera hacer nada por acallarlas. Las repetía una y otra vez, encorvado, al tiempo que se desplazaba por el estrecho pasillo de la casa. Sergio, por alguna extraña razón, buscaba bisontes. Y según creía, su madre podría decirle dónde encontrarlos. Pero, ¿por qué sentía esa urgente necesidad de dar con ellos? Tatanka, tatanka, repetía sin cesar… Aquello no ayudaba. Explicar a su madre que no se preocupara, que tan solo buscaba bisontes por una razón que él no comprendía del todo no era un argumento fiable. Necesitaba salir de casa. Precisamente eso era algo con lo que había fantaseado muchas veces, pero nunca imaginó que la ansiada salida del seno familiar la realizaría como oficial del ejército… Aquello le llenó de orgullo, por qué no reconocerlo. Y ahora más que nunca, con una clase de certeza que sólo se tiene una vez en la vida, supo que tenía que encontrar bisontes. ¿Para qué? No lo sabía. Tal ver para sobrevivir. Él y su pueblo. Pero eso no lo supo hasta tiempo después. Tatanka… Tatanka… Presa del pánico, su madre estaba ahora encerrada en la cocina y pedía auxilio a gritos por la ventana que daba al patio interior. Sergio salió de la casa a toda prisa y se dirigió a la calle. El ruido de las enormes y relucientes botas retumbaba en la escalera. Ya en la calle, subió a su destartalado coche, puso el motor en marcha y salió a toda velocidad. No llevaba al volante ni cinco minutos, cuando, ya en la M-40, cerró los ojos y puso los brazos en forma de cruz. El brazo izquierdo salía por la ventanilla. El aire peinaba el casi inexistente vello del dorso de su mano. Los coches le dejaban paso, se echaban a ambos lados de la carretera. La escena parecía sacada de una postal, hermosa y distante como una mañana otoñal en Madrid.
Antes del impacto con una columna a ciento veintiséis kilómetros por hora, todo se quedó en blanco, pero Sergio ya había tomado una decisión que cambiaría el curso de su vida. Enfundado en su uniforme reluciente, con el aire en agitadas ráfagas revolviendo su cabello, supo en aquel mismo instante que escribiría un diario.
Continuará…

7 comentarios:

  1. Maravilloso.

    Suculento.

    Me siento halagado.

    El momento en el que sale (¿salgo?) orgulloso por la puerta de casa con el uniforme...buenísimo.

    Por fin, mi sueño hecho realidad. Soy Kevin.

    Gracias.

    Sergio.

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  2. Jajajaja...
    Si me entrevistaran a la salida de una tienda de ortopedias (por situar la entrevista) diría que buscaba a alguien normal susceptible de que le ocurriera algo anormal, extraordinario. Pero eso ya lo hizo el señor Kafka. No soy original. Gracias a ti. En estos tiempos, en todos los tiempos, ser normal es la mayor de las bendiciones, el mayor de los dones.
    Un abrazo, Sergio.
    Gracias.

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  3. Ya quisiera el tal Kevin ese..........no digo más!!

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  4. Jajajaja... No sabía que te cayera tan bien... El tal Sergio ese...

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  5. Jajajaja...
    Espero estar a la altura!
    Muchas gracias, tontos!

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